1. Ultraderecha contemporánea, fascismo y discurso de clase.
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del neofascismo. Nos encontramos en una época de viraje reaccionario a nivel mundial, viraje que es fruto de la presente crisis de acumulación de capital cuya salida necesita, por parte de la burguesía, de nuevas herramientas políticas. El afianzamiento de China como gran potencia capitalista supone una amenaza abierta a la posición hasta ahora indiscutida de Estados Unidos como hegemón, y con ello una amenaza para todo el bloque imperialista occidental que se ve cada vez más rezagado y derrotado en la competencia económica mundial. La burguesía occidental abandona las posiciones socioliberales y echa mano progresivamente a herramientas viejas pero no por ello menos eficaces: reforzamiento autoritario del Estado, militarismo, chovinismo como articulador y disciplinador social. Nos encontramos en una etapa de hegemonización de la reacción, de progresiva fascistización de los Estados de Occidente. Ya lo enseñó Dimitrov: las medidas reaccionarias que la burguesía pone en marcha en tiempos de crisis allanan el terreno al fascismo no como un mero cambio de gobierno, sino como sustitución de la forma de dominio democrático-burguesa por la dictadura terrorista abierta de la burguesía[1].
La actual hegemonización de la reacción pivota sobre un doble movimiento: las “nuevas derechas” asentadas en las tribunas parlamentarias de todo el mundo: Fidesz en Hungría, Rassemblement National en Francia, VOX en España, Milei en Argentina y, ante todo, la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos afianzan y normalizan desde las instituciones burguesas narrativas que luego son recogidas y amplificadas desde las calles por los nuevos grupos neofascistas en ascenso: ultranacionalismo, tradicionalismo cultural, persecución de la población migrante como enemigo de la comunidad nacional, destrucción de los derechos democráticos conquistados en los ámbitos de la libertad sexual y los derechos de la mujer y, como no podría ser de otra manera, un feroz anti-comunismo que hostiga a todas las fuerzas progresistas. Las ultraderechas institucionalizadas permiten que este discurso vaya siendo asimilado por la población, especialmente las capas medias atemorizadas por la proletarización, para que luego sea radicalizado por los grupos neofascistas extraparlamentarios: En España el resurgir del falangismo y también del neonazismo de la mano de Núcleo Nacional ; en el norte de Europa el Movimiento Resistencia Nórdico (MRN), en Estados Unidos los supremacistas blancos de viejo y nuevo pelaje encuadrados dentro de la Alt-Right.
Sin embargo, en su versión contemporánea, encontramos una diferencia sustancial respecto a sus precedentes del fascismo de entreguerras que a menudo es pasada por alto: el abandono del discurso obrerista y populista, con el que antaño se pretendía seducir a la clase trabajadora. El fascismo, como movimiento de masas de la burguesía, tuvo que enfrentarse a un movimiento obrero altamente organizado y respaldado a nivel mundial por el triunfo de la primera revolución socialista en Rusia. La demagogia obrerista esgrimida por el fascismo tenía como finalidad erosionar internamente un movimiento obrero en cuyo seno había emergido un ala derechista fruto de la traición de los partidos de la II Internacional durante la I Guerra Mundial. El primer fascismo emerge al calor de este ala derechista, combinando en su programa medidas reformistas con el discurso ultrachovinista. Gran ejemplo será el programa planteado por Benito Mussolini, tras la fundación de los Fasci Italiani di Combattimento (marzo de 1919):
“Respecto al problema social, nosotros queremos: la jornada laboral de ocho horas, salarios mínimos, representantes sindicales en los consejos de administración, gestión obrera de las industrias, seguros de invalidez y pensiones, distribución de tierras no cultivadas entre los campesinos (…), impuestos extraordinarios sobre el capital de carácter progresivo, expropiación parcial de todas las riquezas”.[2]
Una vez fundado el Partido Nacional Fascista (noviembre de 1921), y sobre todo tras llegar al poder, ese discurso radical se irá diluyendo cada vez más, abandonándose los aspectos más “radicales del programa fascista” en pos del reforzamiento del capitalismo italiano ayudado por el Estado fascista. Otra forma en la que la demagogia obrerista del fascismo se manifestó era en la asunción e inversión de ciertos símbolos y consignas con la finalidad de introducirse más fácilmente en las filas obreras, siendo paradigmático la asunción por parte del jonsismo/falangismo del término explícito (a la par que ambiguo) de “nacional-sindicalista” en respuesta a la preponderancia de la CNT dentro del movimiento obrero en España, o la adopción del un uniforme inspirado en los monos azules de los obreros industriales. Esta misma táctica la encontramos en el nacionalsocialismo alemán, tanto el nombre del movimiento como el uso de la bandera roja son elementos de estos formalismos obreristas. Según el propio Adolf Hitler, “Como socialistas nacionales, vemos en nuestra bandera nuestro programa. En el rojo, la idea social del movimiento”[3]. Idea social rápidamente abandonada con la llegada al poder y, especialmente, tras la purga del ala “izquierdista” en la denominada “noche de los cuchillos largos” (1934), siendo asesinados sus mayores representantes como Ernst Rohm o Gregor Strasser.
Si el fascismo constituye una “tercera vía” no es porque sea una alternativa al comunismo y al liberalismo, sino porque se constituye como el Partido de Nuevo Tipo de la burguesía, la sustitución de la forma democrática de explotación por la dictadura abierta y terrorista de la burguesía destinada a preservar las relaciones de producción capitalistas. El fascismo es un movimiento de masas burgués cuya fuerza radica en poder encauzar la contradicción existente entre los intereses de la gran burguesía capitalista —y más concretamente, el capital financiero— y la desesperación de unas capas medias y pequeñoburguesas cada vez más proletarizadas, de ahí su eclecticismo ideológico: la demagogia social permite conquistar a ciertos sectores del proletariado y ante todo a las capas pequeñoburguesas que pugnan por evitar la proletarización, el programa ultranacionalista permite articular una comunidad donde la lucha de clases es “anulada” mediante el disciplinamiento social. Este modelo garantiza a la burguesía la continuidad de la extracción de plusvalor y la salida de la crisis de acumulación de capital a través de un capitalismo dirigista que se beneficia de la reducción de derechos laborales como la prohibición de huelgas y la supresión de los sindicatos independientes a la par que se crea una serie de enemigos internos, de “otros” a los que hay que combatir por el bien de la comunidad nacional: el marxismo que divide y debilita a la nación al enfrentar a los trabajadores con la burguesía nacional, el judío que contamina las esencias nacionales y que somete a la nación a través de la usura, etc.
En nuestros tiempos la demagogia social del fascismo ha mutado. La derrota y la disolución del bloque socialista, así como la desintegración del movimiento obrero ha dado lugar a que las nuevas formas de fascismo que emergen en el presente desplacen en su discurso la vieja retórica obrerista y anticapitalista. Las nuevas derechas radicales entroncan su programa económico con el proceso neoliberal iniciado en los años 80[4], o incluso van más allá al fusionarse con las posiciones anarcocapitalistas o libertarias que buscan arrasar completamente con un Estado del bienestar cada vez más debilitado: defensa del libre mercado, desregulación, reducción de impuestos, recorte masivo del gasto público. La fusión es posible porque el neoliberalismo no es simplemente un paquete de medidas de liberalización económica, sino un programa de ofensiva del capital contra el trabajo cuyo origen tiene un primer momento de lucha contra el bloque socialista y los movimientos revolucionarios en auge a nivel mundial y, a partir de la desintegración del campo socialista, un segundo momento de reestructuración del capitalismo a través del desmantelamiento progresivo del sistema de reparto social socialdemócrata. Es en este contexto en donde se produce la fusión entre el fascismo y el neoliberalismo, un programa de defensa clara y abierta del gran capital que nace ante las necesidades de reforzamiento de la explotación de la fuerza de trabajo en los países del centro imperialista como única salida a la crisis.
¿Cómo es posible dicha fusión? El neofascismo y las nuevas derechas radicales no buscan ya conquistar a sectores desclasados del proletariado como forma de debilitar al movimiento obrero y, ante todo, al proletariado organizado como sujeto revolucionario, sino que hoy apela directamente al conjunto de la burguesía a través de un doble discurso: las medidas de desregulación fiscal y económica benefician a las rentas altas enfrentadas con aquellos estratos burgueses más afines al modelo socialdemócrata, mientras que la narrativa ultranacionalista y “soberanista” busca encuadrar a las capas medias y pequeñas de la burguesía urbana y agrícola, sectores descontentos y atemorizados que son conquistados a través de una idea de justicia social que ha perdido todo retazo anticapitalista para devenir en una defensa acérrima de la propiedad privada y el modelo de capitalismo nacional.
La nueva demagogia social del fascismo tiene como finalidad este encuadramiento de las capas medias y pequeñas de la burguesía dentro de un programa de ofensiva del capital a la par que se azuza la violencia intraobrera con el fin de disciplinar y someter a un proletariado desintegrado política e ideológicamente; ésta es la función social de la nueva demagogia social fascista, la cual apela apela abiertamente a la violencia burguesa contra el proletariado. Como hemos señalado, dicha violencia tiene como fin la división intraobrera: si en los años 30 el judío encarnaba de manera fetichizada al “capital internacional” al cual había que erradicar por el bien de la existencia de la comunidad nacional, hoy el neofascismo busca a su enemigo en las capas más pauperizadas en el seno del proletariado. El trabajador migrante que es superexplotado se convierte en parásitos que viven a costa de las ayudas públicas negadas a los nacionales, pero al mismo tiempo se ataca a los proletarios que malviven con prestaciones ridículas acusándoles de ser vagos que viven a costa de “paguitas”. Mientras la mayoría del proletariado —especialmente la juventud obrera— es incapaz de acceder a una vivienda digna y destina el grueso de su salario a pagar alquileres que enriquecen a una amplia capa rentista que vive de la especulación de la vivienda, los neofascistas engrosan las filas de las empresas de desokupación como fuerzas de choque que actúan en defensa abierta los intereses de los fondos buitre, de los rentistas y propietarios.
Es así como puede comprenderse que al mismo tiempo que se plantea una reducción del Estado en la intervención del reparto social se defienda paralelamente un recrudecimiento en sus aspectos más represivos: más policía, más ejército, fortalecimiento de las fronteras estatales y leyes más punitivas orientadas a limitar las libertades democráticas. Aquí radica la esencia del neofascismo y de la extrema derecha contemporánea: fortalecimiento del Estado en su función represora, acompañado de una drástica reducción del reparto social que caracterizaba al Estado del bienestar socialdemócrata[5]. Con ello se brinda a la burguesía una situación prácticamente idílica: la implantación del programa económico neoliberal permite aumentar la tasa de explotación con sus políticas desreguladoras y empequeñece el reparto social y el salario indirecto de la clase obrera que es percibido a través de los servicios públicos, mientras que el Estado permanece como un gigantesco aparato que disciplina y reprime a la población al mismo tiempo, garantizando a la burguesía un marco de acumulación de capital y de ganancia sin traba alguna.
El programa reaccionario está siendo implantado socialmente dentro de los países del centro imperialista a través del movimiento dialéctico existente entre los partidos de ultraderecha institucionalizados y las organizaciones neofascistas extraparlamentarias. Es el proceso de fascistización de las democracias burguesas. El discurso anti-inmigración enarbolado por las agrupaciones ultraderechistas desde las tribunas parlamentarias permite mover el eje ideológico cada vez más hacia la derecha, desplazamiento que normaliza marcos ideológicos antes inasumibles tales como los mitos neonazis del “Plan Kalergi” o el “Gran Remplazo” de la raza blanca en Occidente, así como la vuelta de las teorías racistas que en base a la supuesta inferioridad de las poblaciones no europeas justifican el dominio explotador del imperialismo occidental. La ofensiva contra el feminismo institucionalizado sirve de coartada para el fortalecimiento de las estructuras patriarcales-familiares con la vuelta de la esposa-madre como único modelo de mujer posible, así como la persecución nuevamente de gays, lesbianas y sexualidades disidentes. Por último, en España el proceso de fascistización está yendo de la mano de la rehabilitación del franquismo, no ya sólo a través de los mitos desarrollistas sino la justificación abierta y plena del exterminio planificado que los fascistas llevaron a cabo contra las fuerzas obreras y republicanas de la España democrática, justificación cuyo despliegue político hoy es el ya mencionado reforzamiento de las estructuras represivas del Estado y que, en el caso español, entronca directamente con la naturaleza propia del Régimen de 1978 como resultado del pacto entre el régimen fascista y las fuerzas políticas que rechazaron la vía de la ruptura democrática.
2. Combatir al fascismo en todos los frentes: Reconstitución del Partido Comunista y estrategia antifascista.
El presente proceso de fascistización y hegemonización de la reacción coincide con el estado de desintegración del movimiento obrero y, especialmente, la inexistencia de su puntal más consciente, combativo y revolucionario que es el Partido Comunista. Si el fascismo de nuestros días, aupado por las nuevas derechas radicales, es la forma terrorista y abierta de la ofensiva del capital contra el trabajo como salida burguesa de la crisis de acumulación de capital está claro que las viejas organizaciones socioliberales y socialdemócratas carecen de toda capacidad para frenar y revertir este programa de ofensiva. Es por ello que la elaboración de una política antifascista consecuente solamente puede tener como punto de partida el abordaje estratégico que supone la reconstitución del Partido Comunista como órgano superior de la lucha de clases del proletariado. El Partido Comunista es el núcleo sobre el cual debe desplegarse la táctica defensiva de contención y enfrentamiento del fascismo y, a través de ella, desenvolverse la política revolucionaria comunista contra el capital. La estrategia de reconstitución del Partido Comunista debe elaborar las tácticas concretas que, en su despliegue, permitan el rearme ideológico, la elaboración del programa comunista y la organización política revolucionaria, teniendo en cuenta la particularidad que supone la constitución de éstos bajo una etapa de auge reaccionario. Si el fascismo se levanta como Partido de Nuevo tipo de la burguesía, los comunistas debemos forjar nuevamente el Partido de Nuevo Tipo del proletariado; si el programa fascista constituye la ofensiva abierta del capital contra el trabajo, se nos impone a los comunistas la tarea de levantar un programa propio capaz de articular políticamente al proletariado con el fin de neutralizar dicha ofensiva en todos los frentes.
El primer momento de la reconstitución es su aspecto ideológico: la forja de la línea política revolucionaria. Este momento ya fue tratado por nosotros en las conclusiones de las Tesis acerca de la constitución de la vanguardia revolucionaria:
I. Revaluar críticamente las experiencias revolucionarias del siglo XX, especialmente las cuatro grandes experiencias de construcción del socialismo: Unión Soviética, China, Albania y Cuba. Sintetizar aquellos aspectos que constituyen un avance y un nuevo punto de partida universal para el proletariado, así como esclarecer sus límites y errores que posibilitaron la derrota del socialismo y la retirada del movimiento revolucionario mundial. Estudiar los procesos revolucionarios del presente tales como las guerras populares en Filipinas e India como muestras de la actualidad de la revolución proletaria y palancas de la revolución proletaria mundial.
II. Elevar teóricamente el marxismo-leninismo acorde a las necesidades de las particularidades de nuestro presente. Renovar el materialismo histórico-dialéctico como cosmovisión y método de conocimiento orientado a la transformación revolucionaria del mundo.
III. Construir teoría revolucionaria capaz de responder a las necesidades de la práctica política. En el presente estadio la teoría debe satisfacer las necesidades de la estrategia orientada a la constitución de la vanguardia revolucionaria: hacer frente al problema de la organización del proletariado y la reconstitución del Partido Comunista[6].
Reconstituir ideológicamente el comunismo supone el volver a elevar a éste como horizonte teórico del proletariado; la teoría revolucionaria debe ser actualizada conforme a la coyuntura de nuestros tiempos, actualización que solamente puede realizarse partiendo del hecho de que los procesos revolucionarios del pasado no son puntos muertos en nuestra historia, sino peldaños que constituyen puntos de partida de la lucha emancipadora de nuestra clase. La teoría revolucionaria debe renovar el aspecto científico del marxismo (materialismo histórico), su aspecto cosmovisivo (materialismo dialéctico), comprender las particularidades del capitalismo presente tanto en los países imperialistas como dependientes y así abordar la composición de clase actual acorde a la división internacional del trabajo con el fin de dotar a nuestra clase de las herramientas teóricas necesarias con el fin de volver a relanzar su lucha revolucionaria. No basta con considerarse marxista-leninista, el marxismo-leninismo es el peldaño superior de la teoría y práctica del proletariado; pero sus limitaciones deben ser superadas para lograr una nueva síntesis ideológica del comunismo que nos permita superar el momento de derrota histórica en el cual nos encontramos.
De la reconstitución ideológica debe emerger el programa comunista capaz de orientar y dirigir nuestra praxis política. Dentro de la estrategia antifascista el programa comunista debe hacer hincapié en cómo el fascismo tiene como fin el disciplinamiento social de la clase obrera como medio por el cual garantizar de manera autoritaria la acumulación de capital. Debemos orientar nuestra actuación de tal manera que el proletariado tome consciencia de que el programa fascista es un programa de ofensiva contra la clase obrera en su conjunto, combatiendo su demagogia social que busca erosionar y dividir a nuestra clase mediante la violencia intraobrera. Ello supone desmontar la imagen antisistema que el fascismo se arroja, haciendo ver como hemos señalado anteriormente que tanto éste como las nuevas derechas radicales no buscan en ningún momento oponerse al Estado, sino reorganizarlo de tal manera que garantice los intereses de la burguesía a través de un Estado cada vez más autoritario y militarizado, que su política anti-estatal lo que esconde es atacar aquellos aspectos más ligados al reparto social de la riqueza a la par que se aumenta la capacidad de los aparatos represivos. Los comunistas debemos reforzar nuestra línea política e ideológica, combatiendo la demagogia fascista y señalando como ésta se liga con los intereses de las distintas capas burguesas que buscan reforzar su dominio de clase. Nuestra agitación debe combatir esta demagogia en todos sus aspectos: frente a los discursos anti-inmigración señalar como éstos solamente buscan ejercer la división en el seno de la clase obrera con la finalidad de mantener la condición de explotación del proletariado local a la par que se lamina y fortalece la superexplotación del proletariado migrante. Al mismo tiempo, los comunistas debemos denunciar la complicidad de la socialdemocracia como fracción burguesa que allana el terreno a la fascistización, así como la inoperatividad de su programa político. La política socialdemócrata es en nuestros días una política eminentemente conservadora: busca el mantenimiento de los pilares cada vez más dañados del Estado del Bienestar sin ir más allá; solamente puede, a lo sumo, gestionar la reestructuración de la política burguesa al mismo tiempo que debe aplicar de manera amable los ajustes económicos y políticos que allanan el camino al fascismo: aumento del gasto militar, privatización de servicios públicos, congelamiento del salario real de los trabajadores, restricción de derechos democráticos, etc. El programa comunista debe mostrar cómo el aumento de la carga fiscal tiene como fin fortalecer la militarización del Estado acorde al giro militarista del bloque imperialista occidental; al mismo tiempo hay que romper con la defensa acrítica de los servicios públicos y los servicios redistributivos, éstos deben ser defendidos en tanto que salario indirecto de los trabajadores cuyo desmantelamiento es un ataque directo contra la clase obrera; pero ante todo debemos hacer entender que los servicios públicos serán siempre pobres y exiguos dentro del modo de producción capitalista al tratarse de soportes estatales que buscan garantizar nuestra reproducción como fuerza de trabajo explotada y no estar orientados al mejoramiento de la calidad de vida de las clases populares. Los servicios públicos deben ser considerados como embriones que solamente pueden desarrollarse con plenitud dentro de la sociedad socialista que defendemos y aspiramos a construir.
El tercer momento es la recuperación del comunismo como cosmovisión revolucionaria del proletariado, cosmovisión que debe enfrentar al fascismo como salida ideológica burguesa a la crisis del capital. Este momento es el que dirige la política comunista en lo que respecta a su aspecto de hegemonización social o, como ha sido popularizado hoy, en la denominada guerra cultural. Algunos aspectos de la reconstitución ideológica del comunismo deben ser la defensa del internacionalismo como pilar de la política comunista, internacionalismo que no debe ser entendido como una mera solidaridad entre pueblos sino ante todo como la organización política del proletariado a nivel mundial frente al chovinismo enarbolado por la burguesía; es decir, internacionalismo como principio que nos lleva hacia la constitución del Partido Comunista mundial. Recuperar la cultura obrera, la memoria de las luchas de clase del proletariado en España, así como su tradición antifascista como antídoto frente al nacionalismo fascista que en nuestro país se esfuerza por rehabilitar el franquismo y los mitos imperiales españolistas. A su vez, la batalla ideológica y cultural desde el comunismo debe volver a situar al marxismo como única ideología científica capaz de llevar adelante el progreso social. La lógica burguesa oscila entre el positivismo instrumentalista que subyuga a las ciencias al beneficio y el irracionalismo que impide que los avances de las ciencias elaboren formas de consciencia social superior; frente a esta lógica viciada el marxismo debe ser baluarte de la razón dialéctica como verdadera forma de racionalidad, enfrentando las nebulosas y las mitologías sobre las que el fascismo se apoya y que hoy constituyen el motor del oscurantismo cultural que estamos viviendo. El comunismo debe volver a poner su acento en la emancipación del proletariado como emancipación de toda humanidad oprimida, como nuevo estadio del ser social que posibilita el despliegue multilateral de todas las capacidades del individuo dentro de una comunidad libre . Para hacer frente al fascismo y a la decadencia ideológica de la burguesía el comunismo debe desplegar su aspecto cosmovisivo en todas las facetas del ser social: desde las ciencias a las artes y, ante todo, en la elaboración de nuevas formas de vida libres de explotación y opresión.
El programa comunista solamente puede ser llevado adelante desde la reconstitución de nuestro órgano superior de lucha que es el Partido Comunista. Los distintos destacamentos comunistas deben tener presente la necesidad de superar el estado de dispersión existente y trabajar conjuntamente en pos de la reconstitución del Partido Comunista. Es por ello que la primera línea táctica debe ser la lucha ideológica entre destacamentos con el fin de esclarecer el plan estratégico de la reconstitución del Partido Comunista y la elaboración del programa político comunista y su línea ideológica. A su vez hay que tejer espacios intermedios de trabajo que posibiliten la actuación conjunta y por ende el acercamiento político y organizativo entre destacamentos. Este doble proceso debe guiarse bajo el principio de la unidad-crítica-unidad: búsqueda de la organización conjunta y trabajo de crítica política e ideológica con el fin de lograr una unidad superior. No es el afán formal de unidad lo que puede lograr la reconstitución del Partido Comunista, sino todo este proceso mediante el cual verdaderamente puede constituirse la línea revolucionaria en pugna con la línea burguesa en el seno del MCE.
La segunda línea táctica que propugnamos es la proletarización de las filas comunistas. Esta táctica orienta la reconstitución del Partido Comunista a través del encaje de la organización revolucionaria dentro de los lugares de trabajo y centros productivos; la intervención de los comunistas con el fin de conquistar a los obreros más avanzados que llevan adelante la lucha de nuestra clase, su revolucionarización y su conversión en cuadros profesionales. El objetivo es doble: Reforzar la composición proletaria del Partido Comunista, forjándolo en torno a los sectores del proletariado más plausibles de ser, por sus condiciones de clase, fusionados con el socialismo científico y conseguir, a través de los mismos, intervenir en los centros productivos con la creación de círculos y células obreras que apliquen la línea política comunista con el fin de enfrentar al capital desde el núcleo base desde el cual se desenvuelve. La proletarización de las filas comunistas liga organizativamente al Partido Comunista con el conjunto de la clase gracias a su estructuración en torno a los centros productivos como núcleo de la contradicción capital-trabajo, desplegando nuestro programa político aupando no sólo las demandas económicas que nuestra clase lleve adelante, sino insertándolas en la estrategia revolucionaria al llevar nuevamente el conflicto político contra la explotación al centro del poder burgués, dotando de consciencia al proletariado como verdadera clase productiva creadora de la riqueza social y estableciendo los medios que posibiliten la toma de los medios de producción. La proletarización de las filas comunistas constituye un momento esencial dentro de la estrategia antifascista; frenar la ofensiva del capital sobre el trabajo que encarna el fascismo es imposible si los comunistas no conquistamos los sectores proletarios más propensos a ser revolucionarizados; los comunistas debemos participar en el frente laboral no solamente con la finalidad de aupar las luchas económicas de nuestra clase, sino ante todo con la finalidad de crear círculos obreros rojos capaces de actuar como cortafuegos contra la explotación de los patrones, la complicidad de los sindicatos reformistas y cada vez más el esquirolaje y la violencia intraobrera que ejercen las organizaciones fascistas.
La fusión del socialismo científico con nuestra clase a través de la organización política desde los centros de trabajo es la base organizativa del Partido Comunista cimentada sobre la transformación en cuadros de los obreros avanzados que llevan adelante las luchas de nuestra clase. La efectiva proletarización de las filas comunistas abre el siguiente nivel de intervención: la línea de masas comunista. Un primer plano debe ser la construcción de un amplio frente de masas antifascista con el conjunto de destacamentos comunistas, así como con los amplios movimientos sociales, organizaciones sindicales, organizaciones barriales, coordinadoras anti-represivas y coordinadoras antifascistas locales que sirva como muralla capaz de poner freno a la ofensiva fascista. Estos amplios frentes de masas (sindicatos, movimientos de vivienda, organizaciones culturales, organizaciones de barrio, coordinadoras antifascistas etc) deben por naturaleza estar abiertos al conjunto de la clase, deben entroncar a amplios sectores de la clase obrera independientemente de su nivel de consciencia política. Ahora bien, los comunistas no debemos limitarnos a ser un mero partícipe más, nuestra intervención debe colocarnos como núcleo sobre el cual se vertebra dicho frente de masas, conquistar la posición de vanguardia dentro de ellos. La lucha antifascista no es un fin en sí mismo, sino un medio por el cual realizar el programa comunista y organizar la lucha revolucionaria del proletariado contra el capital en su conjunto. Es por ello que los comunistas deben intervenir en dichos frentes de masas con el objetivo de hegemonizar la línea revolucionaria dentro de los mismos, haciendo efectiva dentro de ellos la independencia política e ideológica del proletariado y romper con ello las amarras con el reformismo.
La estrategia antifascista queda así sintetizada: reconstitución del Partido Comunista a través de la lucha ideológica entre destacamentos y la proletarización de las filas comunistas; creación de un amplio frente de masas antifascista con el conjunto de organizaciones de clase cuyo fin sea agrupar a grandes masas de proletarios frente a la ofensiva fascista; hegemonizar los distintos sectores del frente de masas para que, al mismo tiempo que se enfrenta al fascismo en todos los frentes, se llevar adelante el programa comunista de oposición al capital y emancipación del proletariado.
[1] Jorge Dimitrov, Informe ante el VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista en “Escritos sobre el fascismo” Akal, p. 51.
[2] Programma di San Sepolcro. (6 de junio 1919). Il Popolo d’Italia.
[3] HITLER, A (1924): “Mi Lucha”. Jusego. p 304.
[4] Para ser más exactos, el gobierno de Pinochet en Chile constituye un antecedente indispensable de esta fusión entre las formas fascistas y neoliberales.
[5] Hacemos hincapié en la reducción de la función del Estado en el reparto del producto social y no una reducción del Estado en general porque éste es un mito difundido por los ideólogos burgueses. La burguesía bascula entre proteccionismo y libre mercado conforme así lo necesite; muestra de ello es el gobierno deTrump, que busca imponer el libre comercio en su beneficio pero si no amenaza con políticas arancelarias.
[6] Tesis acerca de la constitución de la vanguardia revolucionaria: https://proletariat.site/tesis-acerca-de-la-constitucion-de-la-vanguardia-revolucionaria/

